Por Federico Mariño y Evelyn Costas, de
El término subcultura se usa en sociología y antropología para definir a un grupo de personas que presenta conjunto distinto de comportamientos y creencias que los diferencia de la cultura dominante a la que forman parte. Las cualidades que determinan que una subcultura aparezca pueden ser estéticas, políticas, de identidad sexual, una combinación de ellas, etcétera. A menudo se definen por su oposición a los valores de la cultura dominante a la que pertenecen, aunque no siempre se produce una oposición de manera radical. Su origen, generalmente, se debe a procesos de transformación social.
La cultura latinoamericana se caracteriza por presentar una hibrides, entre la cultura española de los conquistadores y las culturas de los pueblos originarios, pero la cultura argentina presenta una mezcla aún mayor de culturas. Esta mezcla se debe a la gran cantidad de cambios que sufrió la sociedad argentina posterior a la época de la colonización, producidos por las grandes corrientes inmigratorias (de Europa, África, parte de Asia y del resto de Latinoamérica), la grandes divisiones sociales, etcétera.
Así es que, desde el comienzo de nuestra historia, nos enfrentamos constantemente a choques de subculturas en nuestro país, a veces totalmente opuestas una con la otra. Un ejemplo claro de este choque extremo de subculturas es el del siglo XIX, entre la cultura gauchesca y la de la oligarquía argentina, que llegó al punto de la persecución del gaucho y su castigo con el servicio militar. Esta persecución se ve reflejada en los versos del “Martín Fierro” de José Hernández:
“El andaba siempre juyendo,
Siempre pobre y perseguido,
No tiene cueva ni nido
Como si juera maldito;
Porque el ser gaucho… ¡barajo!,
El ser gaucho es un delito.”
Luego pasaría lo contrario a comienzos del siglo XX (en la época del centenario), cuando la figura del gaucho fue revalorizada para fomentar la cultura nacional ante la de los extranjeros provenientes de Europa (ya que venían con ideas revolucionarias acerca de los derechos de los obreros, lo que no favorecía a la oligarquía). Durante la primera mitad de este siglo, se marcan las diferencias culturales por las clases sociales y el poder económico. Por un lado estaban los “niños bien” pertenecientes a la clase alta y por el otro a los jóvenes de los conventillos o arrabales, muchos hijos de inmigrantes. La situación se podría comparar con lo que son los “chetos” de hoy y los “cumbieros”, “villeros” o “rochos” (entre muchas denominaciones que se les suelen dar a los pertenecientes a esa subcultura). Algunos jóvenes se comportaban como “niños bien” a pesar de no ser de la clase alta para verse o sentirse mejor, como lo demuestra la letra del tango “Niño Bien” de Roberto Fontaina y Víctor Soliño:
“Niño bien que naciste en el suburbio
de un bulín alumbrado a querosén,
que tenés pedigrée bastante turbio
y decís que sos de familia bien.”
Todos estos conflictos culturales se extienden hasta la actualidad, principalmente entre los adolescentes, con las llamadas “tribus urbanas”. Los jóvenes forman subculturas por su manera de vestir, sus creencias, la música que escuchan y su manera de relacionarse. Esto no representaría ningún tipo de problema de no ser por el hecho de que existen discordias entre los integrantes de cada una. Nadie está en condiciones de decir que una subcultura es mejor que otra, sólo son distintas, por lo que deberían poder socializarse sin dificultades, pero como observamos a lo largo de nuestra historia, esto no ocurre y nunca ha ocurrido. No es la cantidad de divisiones que tiene nuestra cultura la que provoca la falta de unión, sino los prejuicios y rencores que se forman entre ellas.